Nº 1412– 3 de Julio de 2011

Publicado por CC Eben-Ezer en

Jesús nunca perdió una sola oportunidad de encontrarse con el hombre, y siempre en su necesidad.

Lo más extraordinario de Jesús es su presencia, por encima de sus palabras, de sus enseñanzas, que sin Él sólo serían letra.

Por eso Jesús no ofrece métodos, claves, fórmulas, sistemas, programas, esquemas, credos, sino a sí mismo.

El camino de Jesús es el propio Jesús, su presencia, su magnetismo, su cercanía, su proximidad, su inmediatez, su calma, su sosiego, su palpitar, su invitación a “ser”, su consciencia, su novedad, su frescura, su “estar”…

Al lado de Jesús desaparecen todos los “antes” de la vida del hombre.

Se abren horizontes insospechados de vida y de libertad, de latidos de gozo y expectación.

Las prisiones del alma se derrumban estrepitosamente para dar paso a la luz del sol que ilumina al hombre interior.

La “noche oscura del alma”, como fue llamada por el místico, termina siendo un día espléndido, un cielo azul, una brisa alegre, un horizonte despejado.

Sentimos que podemos proseguir libres de temores, que hay siempre un más allá, que lo mejor está por venir, y que ya está de camino.

El encuentro es inevitable. Va a producirse necesariamente. Esa es la esperanza bienaventurada.

Todo lo que ha estado escondido, oculto tras los muros que nosotros mismos hemos ido levantando generación tras generación, va a salir a la luz, va a ser revelado por el día.

Y el proceso va a durar hasta que la aurora sea superada por el sol en su cenit.

Entonces comprenderemos que, aunque lo desconociéramos,  cada uno de nosotros éramos un rayo de ese sol.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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