Nº 1375– 17 de Octubre de 2010

Publicado por CC Eben-Ezer en

Muchos han buscado la causa más honda de la posibilidad para la felicidad humana. No la han encontrado en el dinero, ni en el lujo, ni en el propio provecho, ni en el poder, ni en la fama, ni en el ocio, ni en el placer, ni en el ruido ensordecedor para no pensar en la muerte.

Las personas que muestran rasgos de felicidad son siempre quienes gozan de una rica vida interior, una alegría espontánea provocada por cosas pequeñas, una gran sencillez de usos y costumbres, y poco más.

Otro común denominador de quienes muestran rasgos de felicidad es su falta de envidia, por cuanto no hay nada más insensato que la envidia. Por eso es que esas personas no viven con impaciencia, agresividad ni divismo.

Como no viven en constante competencia por pretender ser más que otros, llevar una marca más grande en la bocamanga, ni exhibir una tarjeta de visita con más títulos y cargos rimbombantes, pues resulta que no tienen que vivir corriendo por delante de su propia vida.

No tienen que estar siempre corriendo para llegar los primeros, aunque a veces no les sigue nadie, sino que son ellos mismos quienes creen que les persiguen, como ellos hacen con otros; ni tienen que hacer uso de signos agresivos; ni tienen que jugar a ser siempre “el rey del mambo”.

Quienes muestran signos de felicidad poseen una gran dosis de humorismo.

No nos gustan quienes dan gracias a Dios porque haya pobres para que ellos puedan ejercitar su piedad.

Nos provoca nausea la religión de los acomodados, dispuestos incluso a comprar su salvación, si eso fuera posible. Pero, gracias a Dios, no, lo es. No ha sido posible nunca, ni lo será.

Sentados con santo temor, mojando el suelo con lágrimas, es como la humildad genuina echa sus raíces debajo de los pies de los discípulos de Jesucristo.

Recordemos en este día y hora cuáles son las cosas que arruinan al hombre, su relación con Dios y sus hermanos, y la sociedad en general:

La política sin principios, el progreso sin compasión, la riqueza sin esfuerzo, la erudición sin silencio, la religión sin riesgo y el culto sin consciencia de lo que significa adorar.

Mucho amor.     Joaquín Yebra,  pastor-

 

 

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