Nº 1372– 26 de Septiembre de 2010

Publicado por CC Eben-Ezer en

Un hombre bueno es aquel que trata a los demás como le gustaría que los otros le trataran a él.

Un hombre generoso es aquél que trata a los demás mejor de lo que él espera ser tratado.

Un hombre sabio es aquél que sabe cómo él y los demás deberían ser tratados.

El primer hombre es una influencia civilizadora; el segundo, una influencia de refinamiento; el tercero, es una influencia de desarrollo superior.

Si alguien preguntase qué es mejor, ser bueno, generoso o sabio, creo que la mejor respuesta sería que nada puede superar a ser sabio, por cuanto el verdadero sabio no tiene que estar obsesionado con ser “bueno” o “generoso”, sino simplemente dedicado a hacer lo que es necesario.

El conocimiento es infinitamente mejor que la riqueza y la opulencia, por cuanto nosotros tenemos que cuidar nuestras riquezas, si es que las poseemos, mientras que el conocimiento nos cuida a nosotros.

Por eso dijeron los sabios antiguos que el sabio no es jugador, y el jugador no es sabio.

El sabio no atesora, y cuanto más hace a favor del prójimo necesitado, más posee; cuanto más da, más tiene.

Si una gema cae en el barro, sigue siendo valiosa; pero si el polvo asciende al cielo, continúa sin valor.

El verdadero principio de la sabiduría es el temor del Señor. Eso producirá el no apego al yo y la devoción a la verdad.

De ahí que el mucho hablar sea una fuente de peligro. El silencio es una de las muchas maneras que el Señor nos ha otorgado para evitar desgracias.

Recordemos que el loro charlatán desarrolla su habilidad de repetir sonidos dentro de una jaula, mientras que otros pájaros, que no pueden reproducir palabras, revolotean libremente.

Y aunque hagamos miles de nudos en una cuerda, ésta seguirá siendo una sola cuerda.

Mucho amor.    Joaquín Yebra,  pastor.

 

Categorías: Año 2010