Nº 1364– 1 de Agosto de 2010

Publicado por CC Eben-Ezer en

La idea de la Cruz de Cristo es una auténtica locura para un corazón no regenerado por el Espíritu Santo. Es incomprensible la visión de Dios en un tabernáculo de carne ocupando el lugar del pecador en un instrumento de tortura y muerte como es la Cruz. Y, sin embargo, la Cruz permite a Dios ser justo, por cuanto Él ha decretado que la paga del pecado es muerte, y, al mismo tiempo, perdonar a todo aquel que se acerca a la Cruz de Cristo con sus pecados y maldades.

Es entonces cuando comprendemos que era necesaria la expiación del pecado. Es entonces cuando somos hechos conscientes de la inmensidad del precio pagado por nuestro rescate de nuestra vana manera de vivir.

Pero es entonces también cuando comprendemos que no podemos llegar hasta el último análisis del sacrificio de Jesucristo por  nosotros; que el amor de Dios nos desborda y supera nuestra capacidad de comprensión. Es por eso que necesitamos saber que nuestro Señor no perdona pecados, de manera abstracta, sino a pecadores concretos y específicos.

Jesús entregó su vida por nosotros precisamente porque no había otra manera de perdonarnos. Nosotros no podemos agregar absolutamente nada a lo que Jesucristo hizo en la Cruz del Calvario, pero el sacrificio, la ofrenda del Señor por nuestras vidas, continúa en el Santuario Celestial, donde el bendito Redentor no está inactivo, sino que, “Jesús entró por nosotros como precursor (hasta dentro del velo del Santuario Celestial), hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.” (Hebreos 6:20).

“Jesucristo, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable.” (Hebreos 7:24).

“Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre.” (Hebreos 8:1-2).

“Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos (los del Antiguo Testamento). Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios.” (Hebreos 9:23-24).

Mucho amor.    Joaquín Yebra,  pastor.

 

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