Nº 1321– 4 de Octubre de 2009

Publicado por CC Eben-Ezer en

Escuché a un pequeño decir que “la paz era ayudar a un amigo cuando se caía y se hacía daño”. Seguramente conocerás definiciones mucho más poéticas, místicas y filosóficas. Yo no. Una pequeña me dijo que todos los pueblos del mundo podrían llegar a ser amigos haciendo una fiesta. Habremos escuchado propuestas mucho más sofisticadas. Yo no.

A la pregunta de cómo te gustaría que fuese el mundo, varios pequeños me respondieron que ellos querrían un mundo lleno de árboles y con mucha agua. Es más que probable que hayamos escuchado grandes respuestas a esta pregunta. Yo no.

Un pequeñajo me dijo un día que “la paz es cuando los soldados no tienen pistolas.” Una muñequilla me dijo que la paz es darnos besos, querernos mucho y compartir.

Un lanzadillo afirmó que cuando él fuera mayor sería médico y enseñaría a todos a poner inyecciones que no hicieran daño. Eso era la paz para él. Y un pequeño africano respondió con toda seriedad que la paz es escuchar con orejas de elefante.

Mi amigo José Antonio Doménech afirma que ni los negros son negros, ni los chinos son amarillos, ni los indios son cobrizos, ni los blancos somos blancos, sino que todos somos castaños, con diversas tonalidades de marrón, desde el más oscuro al más claro, pero marrones todos. Por eso es que la paz no es una paloma blanca, sino un ave de muchas tonalidades. De manera que los pequeños no reparan en las tonalidades de la piel, sino que su objetivo es pasarlo bien, correr, jugar y reír.

Nuestro Señor Jesucristo ha dicho “la paz os dejo; mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.” Y también ha dicho que los pacificadores serán bienaventurados y llamados ‘hijos de Dios’, así como que tenemos que volvernos como niños si queremos entrar en el Reino de los Cielos.

Por consiguiente, creo que la paz según nuestro Señor debe parecerse mucho a ayudar a un amigo cuando se cae y se hace daño; una gran fiesta; un mundo lleno de árboles y de agua; soldados sin pistolas; darnos besos, querernos mucho y compartir; inyecciones que no hacen daño; escuchar con orejas de elefante; reconocer que todos somos marrones; una paloma de muchas tonalidades; correr, jugar y reír.

Mucho amor y mucha paz.

Joaquín Yebra,  pastor.

 

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