Sermón de navidad ’99

Publicado por Joaquín Yebra en

TEXTOS: ISAÍAS 55:10-11; S. JUAN 1:1, 14.

Hasta donde nosotros sabemos, los seres humanos somos los dotados de un capacidad de lenguaje más elaborada.

Podemos expresar con palabras las necesidades más profundas de nuestro corazón.

El lenguaje nos permite comunicarnos…

Expresar audiblemente nuestros pensamiento y emociones…

El lenguaje nos permite saltar del grito extático al canto lírico…

El lenguaje nos permite hacer poesía con la palabra.

Y es como si en cada palabra pronunciada saliera algo de nosotros mismos…

Por eso es que podemos herir con las palabras, pero también con ellas podemos curar.

Y Dios, que habla un lenguaje especial para nosotros como seres humanos, habiendo dicho su Palabra muchas veces, y de muchas maneras, cuando se cumplió el tiempo, nos habló en Jesús.

La Palabra creadora, la que se oyó en Sinaí, la que nos contó muchas veces acerca del amor de Dios, esa Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros.

Cada vez que Dios pronunció una Palabra, inició un diálogo, una invitación para entrar en una relación profunda, para comprometernos en su misterio.

Y cuando la Palabra de Dios, que es Dios llegando a nosotros, se hace carne, entonces Dios se revela a nosotros como Palabra encarnada, como expresión más plena de la cercanía de Dios al hombre.

Eso es lo que celebramos los cristianos en Navidad: La Encarnación de la Palabra.

El Dios que es amor, se encarna…

El amor siempre se encarna…

Encarnar y amar son sinónimos.

Y en Cristo Jesús, la Palabra que se encarna es también llamada…

Toda palabra es siempre llamada…

A veces voz, a veces un pequeño susurro, a veces grito, a veces un suave canto, pero siempre es llamada…

A veces en la noche, a veces en el clarear del día; a veces en la luz más temprana, y a veces en la más oscura tardanza…

La Palabra de Dios ha estado presente en la creación de todas las cosas… Por eso cada cosa creada lleva en sí una carga semántica que puede llevarnos a la búsqueda del Creador.

La Palabra del Señor ha estado en el soplo que dividió al Mar Rojo, y en el silbo apacible de la historia de Elías, y en el viento recio de Pentecostés… Pero nunca tan cerca de todos nosotros como en Jesús de Nazaret.

En aquel Santo Niño de Belén se da la serena aproximación de Dios hablándonos con una palabra muy suave y apacible… Con un timbre y un tono de ternura y de intimidad insospechadas.

Él quiere hacer de nosotros también Palabra… Palabras encarnadas, pronunciadas para llenar vacíos, sanar heridas, calmar inquietudes…

Palabras que acarician y besan, que acogen y abrazan, que lloran y ríen, que aman, que encarnan.

En Cristo Jesús, la Palabra de Dios se muestra también como encuentro de Dios con el hombre…

Hay un encuentro de Dios con toda la humanidad en la carne de Jesucristo, en su aliento y en su ser… En su sacrificio y en su entrega.

La Palabra que llama nos convoca… Nos ha llamado la Palabra… Y nosotros hemos respondido porque tenemos hambre y sed de la Palabra de amor.

En lo profundo de nuestro ser sabemos que somos también parte de esa Palabra… Que somos porque Él nos pronunció…

Somos un pensamiento del Señor; un pensamiento verbalizado, pronunciado con la firmeza y el amor de Aquel que nos conoce desde antes de la fundación del mundo.

Quizá por eso cantaron los ángeles en la primera Navidad…

Quizá por eso nosotros también sentimos la necesidad de elevar nuestra voz en cánticos al Señor amado…

Barruntamos que nuestra voces, por debilitadas que pudieran llegar a estar –y lo estarán– nunca se perderán en la Palabra de quien nos pensó y nos pronunció y nos llamó.

Él habla en todo lo que es, y sobre todo nos habla en Cristo y por Cristo…

Y nosotros podemos escucharle y amarle porque nosotros mismos somos palabras de Él.

Por eso en Él se borran las diferencias, se desmoronan los prejuicios, se derrumban las barreras, se allanan los montes y los collados, se tornan fértiles los páramos, vuelven a discurrir las aguas por sus antiguos cauces secos, brotan manantiales en el desierto… Y en este rincón de la gran urbe, donde terminan las luces y las sombras, arde una pequeña hoguera a la que acuden y acudirán muchos hombres y mujeres y niños y viejos…

Una hoguera prendida por la Palabra de Dios que un día se encarnó…

Una Palabra que cayó haciendo fértil el suelo de nuestros corazones.

Jesucristo, Palabra de Dios, Palabra encarnada, Palabra creadora, es la expresión más plena de Dios revelándose, dándose, ofreciéndose…

Hoy, como pequeñas palabras en diversos acentos, hemos venido para decirle al Señor que estamos agradecidos porque un día, antes de que los días existieran, Él nos pensó y nos pronunció… Nos rodeó con el calor de su Palabra… Nos envolvió en los tiempos y modos de su Verbo… Nos dotó de la sustancia del sustantivo, de la agilidad de la preposición, del colorido añadido del adjetivo, de la modalidad del adverbio y de la personalidad del pronombre; nos multiplicó en la conjunción copulativa, y nos llamó con su interjección sonora…

Jesucristo es la Palabra que convoca, que llama al arrepentimiento, a darnos la vuelta, a venir a sus pies, a ser un sonido alegre en el corazón del Dios Eterno y Todopoderoso.

Ahí afuera hay un mundo oscurecido por la noche y las distancias; pero todas nuestras separaciones y lejanías desparecen en torno a Aquel que nos ha convocado…

Ahí afuera reinan la oscuridad y el frío; pero todas las sombras y frialdades se funden ante el fuego de nuestra hoguera, las voces que nos rodean, los cantos que hablan de su amor.

  • Cuál será nuestra palabra en respuesta a la Palabra?
  • Cuál será nuestra respuesta a su llamada?
  • Cuál será nuestro cántico a Aquel que nos rodea y alegra?
  • Aprenderemos a escuchar su voz también en las voces de los que sufren?
  • Estaremos dispuestos a dejar que nuestras manos sean sus manos y sus palabras nuestras palabras?
  • Aprenderemos a ver las pequeñas manos y las pequeñas palabras de Jesús en las manos y las palabras de otros niños?

El Dios que nos perdona –que tiene palabras de perdón y de vida eterna– está empeñado en enseñarnos palabras de amor y de perdón, palabras de entrega y de servicio, palabras de sanidad y alegría, de acogida y comprensión, palabras de firmeza y gentiliza, palabras de colaboración con todos cuantos buscan servir a Dios en el servicio al prójimo.

Y nosotros terminaremos esta meditación navideña de este año 1999, pidiéndole al Señor bendito que su Palabra sea la voz que escuchemos en la noche y en el temprano despertar, mientras nuestra pequeña palabra proclama sus delicias.

Amén.

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