Emanuel monogenes

Publicado por Joaquín Yebra en

Isaías 7:14; Juan 1:1-3.

«Emanuel» –Dios-con-nosotros– señalaba en la profecía a una persona que habría de ser una manifestación real, visible y tangible de la intervención poderosa de Dios en favor de su pueblo.

Esta profecía se cumplió parcialmente cuando el Señor levantó a Asiria como instrumento para castigar a los enemigos de Israel. Pero, del mismo modo que tantas otras palabras proféticas, el cumplimiento pleno de la profecía tendría lugar con el nacimiento de nuestro bendito Señor y Salvador Cristo Jesús.

«Emanuel» es el título por el que el profeta declara la dignidad del Mesías: «Dios-con-nosotros.» Ya no se trata de una teofanía, de una manifestación gloriosa, de una imagen o figura, sino del máximo acercamiento. La presencia de Dios con nosotros, entre nosotros, es de una proximidad que va más allá de toda posible esperanza. La encarnación de la Palabra de Dios, del Verbo-que-es-Dios, es un injerto de la Divinidad en la naturaleza humana, viniendo a nosotros como «Unigénito de Dios». Y esta palabra –«unigénito»– que puede parecernos extraña o al menos desacostumbrada, es la transliteración del original griego «monogenes», un término compuesto por dos elementos: «mono», que significa «solo», «único», «sin parangón»; y «gene», de donde viene el castellano «genes», «generar» y «generación».

«Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito («monogenes») del Padre, lleno de gracia y de verdad.»

(Juan 1:14).

«Unigénito» quiere decir que la única persona nacida con los genes de Dios ha sido su unigénito Hijo Jesús de Nazaret:

«Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito («monogenes»), para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que

tenga vida eterna.» (Juan 3:16).

Y en la Primera Epístola Universal de San Juan volvemos a encontrar este término:

«En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su

Hijo unigénito («monogenes») al mundo, para que vivamos por él.» (1ª Juan 4:9).

El Dios Altísimo implantó sus genes en el vientre de la doncellita Myriam, latinizada «María», y de ese modo el Eterno permanecía Divino, y se hacía al mismo tiempo humano. Dios no tenía ninguna dificultad en producir el nacimiento virginal de Jesucristo. En el laboratorio genético del Dios de amor y de toda consolación, el Verbo se hacía carne y levantaba su tienda de campaña entre nosotros.

«Emanuel» es Dios reconciliando al hombre con la Divinidad y consigo mismo; Dios haciendo el camino de la paz para que el hombre pueda recorrerlo; Dios en pacto y en comunión con los humanos. «Emanuel» es el resplandor de la gloria de Dios habitando entre nosotros, no en las sombras y figuras de su revelación antigua, sino en carne humana: En la persona, vida y obra de Jesús de Nazaret. Dios y el hombre se encuentran en el bendito Mediador. Dios y la humanidad se abrazan en Jesucristo. En el misterio de Dios y de Cristo, Jesús no habría podido ser el Salvador si no hubiera sido «Emanuel», «Dios-monogenéticamente-con-nosotros.»

«Jesús» es el Salvador, y ése es el nombre del Hijo del Hombre; «Cristo» es la forma griega del hebreo «Mesías», el rey, sacerdote y profeta, el Ungido de Dios. Ése es el nombre del Hijo de Dios. Y «Emanuel» es el título que explica la encarnación, la presencia de Dios en medio de los hombres, sembrando sus genes en el campo fértil de una vida humana.

El mayor milagro genético de todos los tiempos y edades será la encarnación del Verbo de Dios, quien en carne humana se entregó dándose a sí mismo como sacrificio y ofrenda por el pecado de los humanos.

Dios entra en nuestra naturaleza para transformarnos a su semejanza. No hay nada en nuestra vida que Emanuel -Dios-con-nosotros- no pueda cambiar, por cuanto Él también experimentó en su propia carne todas nuestras tentaciones. El Dios-Emanuel sabe lo que significa ser humano, y lo conoce desde la experiencia de la encarnación. Ningún pecado, ninguna situación, por difícil o dolorosa que sea, puede quedar más allá del alcance de la gracia y de la misericordia divinas. «Emanuel-Monogenes» quiere decir que nada del acontecer humano le es ajeno a Dios.

Quiera el Señor, que es tan rico en misericordia, darnos de su gracia y de su providencia, para que todos cuantos hemos sido limpiados por la sangre de Cristo Jesús, podamos vivir en correspondencia a la cercanía de Dios en Cristo Jesús, Emanuel, «Dios-con-nosotros»… siempre, todos los días de nuestra vida en esta tierra, y por toda la eternidad. Amén.

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