Andando en el espíritu

Publicado por Joaquín Yebra en

«Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. Él les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. Entonces los discípulos de cían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: MI COMIDA ES QUE HAGA LA VOLUNTAD DEL QUE ME ENVIÓ, Y QUE ACABE SU OBRA.» s. Juan 4:31-34.

Introducción:

En estas palabras de nuestro Señor Jesucristo tenemos la revelación del secreto de lo que significa «andar en el Espíritu», es decir, hacer la voluntad del Señor…Hacer comida de su voluntad… Comer su voluntad.

Ahora bien, la voluntad del Señor está íntimamente vinculada a la persona del Espíritu Santo. Y mi pregunta no es qué sabemos del Espíritu Santo, porque me consta que todos hemos sido instruidos en la Palabra de Dios, y conocemos lo que la Biblia nos dice acerca del Espíritu…

Mi pregunta es si apreciamos al Espíritu Santo o prácticamente sólo sabemos que lo hay…?

1) Apreciando al Espíritu Santos:

Este es el primer secreto que debemos aprender si anhelamos andar con Él y en Él.

Todos sabemos que es muy humano enredarnos en muchas actividades placenteras…

Actividades que pueden incluso no ser malas en sí mismas, pero que nos apartan de la presencia del Santo Espíritu de Dios.

Si decimos que no tenemos tiempo para reunirnos en oración porque no tenemos tiempo para nada, estamos diciendo implícitamente que orar es nada…

Si decimos que no tenemos tiempo para congregarnos en adoración y alabanza al Señor porque no tenemos tiempo para nada, estamos diciendo que la adoración y la alabanza son nada…

Si decimos que no tenemos tiempo para el Señor porque no tenemos tiempo para nada, estamos muy cerca de la blasfemia, pues estamos diciendo que el Señor es nada… Por cuanto para todas las demás cosas, comprendidas muchas nimiedades, claro que tenemos tiempo, ganas, y todo cuanto haga falta.

Amados hermanos, la vida en el Espíritu es una preciosa experiencia, y porque es preciosa, el enemigo de nuestras almas siempre procura hurtarla de nuestra consciencia.

Recordemos al buen rey Ezequías, hombre de tremenda actividad, ocupado en derribar los lugares altos, es decir, los templos y los altares paganos de su reino…

Incluso la propia serpiente de bronce que el Señor mandó a Moisés que levantase muchos años antes, Ezequías mandó destruirla en pedazos porque el pueblo había caído en el error de adorarla, de rendirle culto.

Ezequías fue prosperado en todas sus empresas, haciendo incluso retroceder a los Filisteos, los viejos enemigos de Israel, hasta Gaza.

En 2º Reyes 18:6 se dice de Ezequías que «siguió al Señor, y no se apartó de él, sino que guardó los mandamientos que el Señor prescribió a Moisés.»

De muy pocos se dice algo tan hermoso en las páginas de la Santa Biblia, y, sin embargo, a pesar de este reconocimiento, Ezequías tuvo que aprender una lección fundamental sobre lo que significa caminar con el Señor, andar en el Espíritu.

El rey Ezequías cayó enfermo, muy enfermo.

Su consejero espiritual, el profeta Isaías, le advirtió que estaba a punto de morir:

«En aquellos días Ezequías enfermó de muerte. Y vino a él el profeta Isaías hijo de Amoz, y le dijo: El Señor dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás.» (Isaías 38:1).

Sin embargo, Ezequías se arrepintió, oró al Señor, y el Altísimo le concedió que viviera 15 años más.

Durante aquellos días de dolor y debilidad, el rey Ezequías experimentó un profundo quebranto espiritual, y escribió el poema que nos llega en Isaías 38:10-20, en el cual podemos ver el paso, la transición, de la depresión a la esperanza:

«Yo dije: A la mitad de mis días iré a las puertas del Seol; privado soy del resto de mis años. Dije: No veré al Señor, al Señor en la tierra de los vivientes; ya no veré más hombre con los moradores del mundo. Mi morada ha sido movida y traspasada de mí, como tienda de pastor. Como tejedor corté mi vida; me cortará con la enfermedad; me consumirás entre el día y la noche. Contaba yo hasta la mañana. Como un león molió todos mis huesos; de la mañana a la noche me acabarás. Como la grulla y como la golondrina me quejaba; gemía como la paloma; alzaba en alto mis ojos. Señor, violencia padezco; fortaléceme. ¿Qué diré? El que me lo dijo, él mismo lo ha hecho. Andaré humildemente todos mis años, a causa de aquella amargura de mi alma. Oh Señor, por todas estas cosas los hombres vivirán, y en todas ellas está la vida de mi espíritu; pues tú me restablecerás, y harás que viva. He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados. Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu verdad. El que vive, el que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy; el padre hará notoria tu verdad a los hijos. El Señor me salvará; por tanto cantaremos nuestros cánticos en la casa del Señor todos los días de nuestra vida.» (Isaías 38:10-20).

Ezequías había aprendido a apreciar al Espíritu, a caminar en el Espíritu, en humildad y en santidad…

¿Cómo podemos andar descuidadamente, como los mundanos, lejos de la oración y el culto a Dios, y pretender tapar nuestra impiedad apelando a la gracia divina?

¿Cómo podemos ostentar la gloriosa doctrina de la perseverancia final de los santos si no vivimos en santidad?

¿Cómo podemos llamar a la perseverancia en el pecado «perseverancia de los santos»?

¿Cómo puede preocuparnos tanto un «templo» de cemento y ladrillos, si el Señor nos asegura que Él no habita en templos hechos por los humanos?

«Si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?» ( Hechos 7:48-50).

«El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas.» (Hechos 17:24).

Sin embargo, el Señor ha decidido venir a morar en templos humanos, en esta arcilla besada por Dios en la Creación:

«¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1ª Corintios 3:16).

2) Siendo libres en el Espíritu:

Este es el segundo secreto que necesitamos aprender para andar en el Espíritu Santo; un secreto que muchos cristianos tardan mucho tiempo en aprender, por cuanto Satanás -¡Dios le reprenda!- procura por todos sus medios hacer que nos sintamos incapaces de reivindicar los privilegios que el Señor nos concede en Cristo Jesús.

De este modo, miles de cristianos se dejan apoderar por el miedo, sin responder a las promesas del Señor en Romanos 8…

Abre tu Biblia, hermano-hermana, y respira hondo el fino aliento, la brisa suave que Dios pone en tu labios al hacer que la Escritura sea lectura y palabra…

«Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu… Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros… Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia…Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios…Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!… Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.» (Romanos 8:1, 9, 10,

14, 15, 38, 39).

El Maligno -¡Dios le reprenda!- es quien acusa y quien condena…

«Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.» (Juan 3:17).

Nuestros corazones se sienten impactados cuando escuchamos a nuestro Señor Jesucristo decirle a aquella mujer adúltera: «Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.» (Juan 8: 10-11).

Aquellas preciosas palabras liberaron a aquella hermana nuestra de sus pecados y de sus temores, y también nos liberarán a nosotros para andar en el Espíritu.

Si caminamos en el Espíritu dejaremos de prestar atención al que nos susurra que no somos la clase de cristianos que deberíamos ser… El que nos acusa y humilla… El que nos ata y enreda…El acusador de los hermanos… El enemigo de nuestras almas… El homicida desde el principio… El que tiene por objetivo hurtar, matar y destruir.

Pero andando en el Espíritu Santo escucharemos la voz que no pide que confesemos nuestros pecados, que no ocultemos nuestras fisuras, porque el Señor «es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.» (1ª Juan 1:9).

Andando en el Espíritu Santo andamos en luz, y «si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.» (1ª Juan 1:7).

Cuando aceptamos la promesa del Señor experimentamos el cumplimiento de Romanos 8:2: «Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.»

Estas dos leyes están constantemente vigentes… Y a nosotros nos corresponde decidir cuál de las dos va a operar en nuestra vida…

¿La ley que nos recuerda nuestra debilidad, nuestra fragilidad, o la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús…?

¿Vamos a caminar satisfaciendo los deseos de nuestra carne, de nuestra vieja naturaleza, o la ley del Espíritu de vida en Jesucristo?

«Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.» (Gálatas 5:16).

Fijémonos en el hincapié que el apóstol Pablo hace de la «mente» en la Carta a los Romanos capítulo 8, donde emplea el término «frónema», que significa «mentalidad», «intención», «tendencia», y que nuestra versión Reina-Valera traduce por «ocuparse»: «Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.» (Romanos 8:6).

Ocuparse del Espíritu es dirigir nuestra intención, nuestra mente, nuestra mira, según el Espíritu Santo…

«Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.» (Colosenses 3:2).

«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.» (Filipenses 4:8).

La mente, nuestra mente, con sus frustraciones, con sus temores por causa del sentimiento de culpa, con sus patrones viciados, necesita ser limpiada por el fresco soplo del Santo Espíritu de Dios…

Caminando en el Espíritu cambiaremos esas frases hechas, estereotipadas, de «¡Ayúdame, Señor!» por «¡Gracias por estar ayudándome, Señor!»

En lugar de «¡Dame tus fuerzas, Señor!», aclamaremos al Bendito diciendo: «¡Gracias, Señor, por la fortaleza que tú me das!»

En lugar de la pasividad y la pereza cruel que produce nuestra mala conciencia, alabaremos al Señor y nos gozaremos en su presencia.

No podemos imaginar, hasta experimentarlo, lo que significa ser libres en el Espíritu.

3) Manteniendo contacto con el Espíritu:

Hace unos días tomé un taxi y vi que el coche iba equipado con dos radio-transmisores: El habitual, con la compañía de radio-taxis, y otro con el que el taxista mantenía una conversación con una mujer.

Cuando terminó su charla, le pregunté cómo es que llevaba instalados dos transceptores, y el conductor me explicó que tenía aquel segundo aparato conectado con otro en su casa, y que como pasaba muchas horas fuera del hogar, alejado de su familia, aquella emisora de banda ciudadana le permitía estar en contacto con su esposa y con sus hijos en todo momento.

Así es también con el Santo Espíritu de Dios…

Él quiere estar en contacto con nosotros todo el día… Porque nos ama…Porque es el Espíritu de Dios, y Dios es Amor.

Cuando fuimos salvos, entregando nuestro corazón a Jesucristo, fue por medio de esa conexión que pudimos hacerlo, por medio de una especia de transceptor instalado en nuestra alma por el fiel Creador…

Andar en el Espíritu es dejar que el Señor nos haga sensibles a la señal del cielo, para estar constantemente conectados a la emisión de las Alturas…

Andar en el Espíritu es estar alerta, dispuestos a escuchar la voz del Señor…

Andar en el Espíritu es realmente andar con el Espíritu…

Y esto es muy personal…

No olvidemos que el Espíritu Santo es persona, no una fuerza o poder.

Y el Señor nos dice a través del viejo profeta Amós 3:3: «¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?»

«Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.» (Efesios 4:30).

Podemos estar viviendo una vida cristiana muy seca por no andar en el Espíritu…

Y podemos no estar andando en el Espíritu por haber perdido consciencia de su realidad…

Por no apreciarlo… Por no caminar en su libertad… Por no mantener contacto con Él… Por haberlo contristado…

¿Y cómo es contristado el Santo Espíritu de Dios en nuestras vidas?

El apóstol Pablo lo expresa claramente en Efesios 4:17-32:

«Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que an dan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.» (Efesios 4:17-32).

También nos advierte que algunos tratarán de engañarnos con palabras vanas, haciéndonos creer que podemos ser cristianos y vivir de cualquier manera:

«Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas… Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.» (Efesios 5:6-11, 15-20).

Conclusión:

Dios es tan bueno que seguramente entre mis torpes palabras habrás podido escuchar la voz del Espíritu Santo recordándote algo que ha dicho o hecho, dejado de decir o de hacer, que ha contristado al Espíritu Santo dentro de ti…

Un hermano amado me decía hace unas horas que él era consciente de haber perdido algo, el rumbo, o el gozo, o la alegría de la salvación para compartir el mensaje del Evangelio con otros… Algo había perdido, aunque no sabía explicar bien qué, ni cómo, ni cuándo…

Yo te aseguro en este día y hora que si tú confiesas tu falta, tu pecado, tu desinterés, y pides al Señor que te perdone, el Señor Jesucristo ciertamente derramará su Espíritu en tu corazón sin demora – hoy, aquí y ahora- conforme a su promesa.

El Bendito Señor que nos pide que perdonemos a nuestro hermano que pecare contra nosotros cuantas veces viniere arrepentido a pedirnos perdón, no actuará con nosotros de manera diferente.

Andar en el Espíritu Santo es querer que tu comida sea hacer la voluntad del Señor en tu vida…

¿Le has escuchado hoy llamándote a dejar lo que estorba para andar en amor?

¿Le has oído llamándote a dejar la mentira, la palabra corrompida, la amargura, la ira, el enojo, el griterío, la maledicencia, las palabras deshonestas, la insensatez, la pereza cruel, las truhanerías y cuantas cosas no convienen a los redimidos por la sangre de Cristo?

¿Has escuchado la voz del Amado llamándote al perdón y a la reconciliación?

Déjate llenar por el Señor con el Santo Espíritu de la promesa…

Déjate renovar en el Espíritu Santo…

Jesucristo quiere saturarnos con su Espíritu para inspirarnos, enseñarnos, guiarnos, conducirnos, confortarnos, ayudarnos, corregirnos, iluminarnos y alegrarnos.

La acción del Santo Espíritu, como su naturaleza, es misteriosa, pero no por eso deja de ser real y auténtica…

Profundamente sentida… Más delicada que el pensamiento… Más tierna que el amor…

Y, sin embargo, más poderosa que el relámpago…

Presente en todo lugar, y sin embargo invisible en su acción, pero tangible en su efecto.

¿Cuántos en este día y hora estaréis dispuestos a pedir perdón al Señor por haber contristado al Espíritu Santo con que fuimos sellados para el día de la redención?

Amén.

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