Nº 1579– 5 de Octubre de 2014
Si Dios es nuestro Padre, entonces todas las cosas en los cielos y en la tierra nos pertenecen como hijos.
Si Jesucristo es nuestro Hermano Mayor, entonces somos coherederos con Él.
No tenemos que ir a nuestro Padre Celestial a pedirle lo que necesitamos, ni como si fuéramos mendigos, ni con exigencias. Pero tengamos muy presente que si le pedimos cosas, siendo perecederas, tendremos que volver a pedirle más y más.
Seremos verdaderamente sabios si en lugar de pedir dones, regalos, pedimos al Dador de los dones.
He conocido a muchos cristianos que le han pedido a Dios ser llenos del Espíritu Santo para tener poder, pero no he conocido a muchos que hayan pedido la Persona del Espíritu, su compañía, su cercanía, su ternura, la participación en su santidad.
No pidamos para la vida, sino pidamos el Dador de la Vida, entonces la vida y las cosas precisas para la vida nos serán dadas por añadidura.
Recordemos que si la felicidad dependiera de los pensamientos de los hombres, entonces los filósofos gozarían de felicidad a raudales. Sin embargo, basta con ver los rostros de la mayoría de los pensadores para percatarnos de que no va a ser así.
Para armonizar los pensamientos y la imaginación de los humanos, es necesaria la presencia estimulante del aliento de Dios que el Espíritu Santo nos trae.
Cuando esto acontece, la armonía entre el pensar y el sentir se produce dentro de nuestros corazones, como si el Cielo y la tierra se besaran.
Es el momento en que somos hechos conscientes de que antes que nosotros buscáramos a Dios, Él ya nos estaba llamando a gozar de la paz de su presencia.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.