Nº 1577– 21 de Septiembre de 2014

Publicado por CC Eben-Ezer en

Un monje budista tibetano optó por retirarse del mundo y entró en una cueva en la que vivió durante diez años sin ver la luz del Sol. Cuando entró en aquella caverna sus ojos estaba en perfectas condiciones visuales, pero cuando un día decidió salir a pasear, descubrió que estaba completamente ciego. Había permanecido tanto tiempo en la oscuridad que sus ojos se habían debilitado hasta perder sus facultades.

Esto mismo puede acontecernos a nosotros si no hacemos uso de las bendiciones y medios de gracia que Dios nos otorga abundantemente. Si no los queremos recibir, los despreciamos o malgastamos, corremos el riesgo de perderlos para siempre.

Con mucha frecuencia, los pequeñines claman por su madre, no porque necesiten nada en particular, sino por precisar estar cerca de ella, notarla en su cercanía, sentarse en su regazo, oír su dulce voz, sentir su olor corporal, la mejor fragancia para toda criatura. Esos son los momentos de mayor felicidad para cualquier niña o niño. Nadie como los pequeños sabe, aunque no lo puedan expresar con palabras, que la felicidad no consiste en pedir y recibir cosas de sus padres. Si así fuera, las criaturas estarían en actitud obstinada, lo que les impediría sentirse felices. Esto es lo que tristemente acontece tanto en nuestros días, por haber centrado la atención de los niños en cosas y no en cariño.

Por el contrario, la felicidad de los pequeños radica en sentirse a salvo junto a sus padres. Y lo mismo nos sucede a nosotros como hijos e hijas de Dios. No somos buscadores de señales, ni de bendiciones especiales, ni de cosas extraordinarias, sino estar cerca de nuestro Señor mediante la obra maternal, consoladora, del Santo Espíritu de Dios.

Sólo queremos sentarnos a los pies de Jesucristo, sentir su proximidad, su cercanía, mirarle a los ojos, y como dice la canción: “No decir nada”.

Entre tanto, no enterremos los dones, talentos, ministerios y operaciones que Dios nos ha dado, sino usémoslos con alegría.

Mucho amor.   Joaquín Yebra,  pastor.

 

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