Nº 1576– 14 de Septiembre de 2014
Hay unas palabras de nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio, sobre las que jamás he escuchado un solo sermón o estudio bíblico, y puede que tampoco pueda oírlo en el futuro, entre tantas medallas y otros agasajos postineros.
Juan 5:44: “¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?”
Cuando nuestro Señor Jesucristo entró en Jerusalem, seguido por una multitud de enfermos sanados, cojos, mancos, paralíticos, sordomudos, ciegos, poseídos liberados, extranjeros y empobrecidos –mientras las autoridades miraban muy sorprendidos y asustados tras las celosías, ante la posibilidad de un levantamiento popular- las gentes echaban sus mantos al suelo por donde había de pasar Jesús. Otros habían cortado ramas de palmera y le saludaban agitándolas y reconociendo que llegaba el Rey Mesías.
Según la palabra profética, Jesús entraba en Jerusalem, la Ciudad del Gran Rey, y lo hacía montado en una asna de la que no se separaba su pollino. Pero los pies de Jesús no tocaron los mantos extendidos sobre el suelo. Fue la asna y su cría los que pisaron aquellos mantos para decorar la calzada al paso del Maestro.
¿Nos imaginamos que aquella asna y su pollino hubieran creído que todo aquello era en su honor? La calzada no había sido decorada espontáneamente para ellos, sino para Jesús. Aquello habría sido tan necio como si quienes llevamos el mensaje de nuestro Señor Jesucristo a los hombres pensáramos que el bien que los hombres nos hacen fuera por nosotros mismos y no por el Señor bendito.
Hay muchas cosas hermosas en el mundo, pero las perlas no se encuentran en la superficie de los campos, sino en el fondo del mar. De modo que si deseamos hallar perlas espirituales, no perecederas, debemos zambullirnos en las aguas de la oración, la meditación y la búsqueda del rostro de nuestro Señor.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.