Nº 1327– 15 de Noviembre de 2009
Cuando los griegos regresaban de Troya, el curso de las aguas les condujo a la isla de las sirenas.
Habían sido advertidos que bajo ningún pretexto escucharan sus cantos ni se dejaran seducir por ellas.
Los dulces cantos de aquellas ninfas les arrastrarían para ser atrapados por las olas y perecer bajo las aguas.
Odiseo mandó taponar los oídos de los marinos con cera derretida para no dejar que los cantos penetraran.
Pero cuando los argonautas fueron seducidos hacia el lugar de las sirenas, Orfeo tomó su lira y comenzó a entonar una melodía para contrarrestar el encanto de las ninfas.
Tan poderosamente logró captar la atención de los hombres, que lograron pasar junto a la isla de las sirenas y distanciarse hasta quedar fuera de peligro.
Aunque esto es pura mitología, nos sirve para ilustrar lo que acontece cuando el Santo Espíritu de Dios conquista nuestros oídos. Entonces podemos romper la hechicera atracción del tentador.
Cuando el Santo Espíritu de Dios satura nuestro ser, los cantos tentadores no hallan espacio en nuestra vida, y las turbias solicitaciones del mal no reciben respuesta de parte de los fieles.
Cuando el Consolador llena nuestra vida, los dardos encendidos del enemigo de nuestra alma no pueden atravesar la coraza de justicia con que el Eterno reviste a sus hijos e hijas.
Pidamos al Señor la llenura de su Santo Espíritu y pasaremos junto a todas las tentaciones entonando el canto de la victoria que Jesucristo ha ganado para nosotros en la Cruz del Calvario.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.