En mitad de la noche
Mateo 26:20-25; Juan 13:21-30.
El nombre de «Judas» no es muy bien sonante.
¡Se ha escrito tanto en su contra!
Puede que no haya habido un hombre en el mundo con tan mala prensa como Judás.
Alguien dijo de él que «había sido amado lo suficiente como para que su traición fuera imperdonable… Judas es el hombre cuyas lágrimas no deberían jamás suscitar piedad.»
Sin embargo, las palabras de quien más sufrió a causa de Judas son muy diferentes:
En el mismo momento en que Judas consumaba su traición, mediante la santa acción de un beso, Jesús le llama con un nombre que rompe todos nuestros esquemas:
Mientras (Jesús) todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. Y (Judas) el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle. Y en seguida se acercó (Judas) a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó. Y Jesús le dijo: AMIGO, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron.» (Mateo 26:47-50).
Cuesta admitirlo… ¿Judas, el «AMIGO» de Jesús? Y, sin embargo, así es como le llama el Maestro.
Ahora bien, hace ya bastante tiempo que este texto, que un día me escandalizaba, ya no tiene el mismo sentido para mi vida…
Antes bien, me llena de consuelo escuchar a Jesús llamar «AMIGO» al que le iba a traicionar.
¿Por qué? Porque también yo le he traicionado muchas veces al buen Señor…
Porque también yo le he defraudado muchas veces, no haciendo el bien que quería hacer, y haciendo el mal que no quería.
El texto bíblico nos muestra que todos los apóstoles tenían también conciencia de que cada uno de ellos podía ser el traidor…
Cuando, en el momento más inesperado de la celebración de la Pascua, Jesús les advierte:
«De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar», todos y cada uno de ellos pensaron que él podía ser el traidor: «Entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor?» (Mateo 26:21-22).
¿Os imagináis la tensión que debió producirse en aquel momento?
La inseguridad de los apóstoles no puede ser más evidente…
Seguramente cada uno de ellos debió pensar en algún pecado oculto, inconfesado, o en alguna intención oscura en su corazón, o alguna intención vergonzosa en algún recoveco de su alma.
Cada uno de ellos debió pensar que en su corazón había suficiente inmundicia para ser mil y una veces traidores.
¿Y nosotros?
No nos faltan orgullos y soberbias…
No nos faltan impurezas, incredulidad, desconfianza…
«¿Soy yo, Señor?» «¿Soy yo, Maestro?»
Sí, soy yo, por cuanto Jesús fue arrestado, juzgado y crucificado por mi pecado.
No es sólo la maldad de Judas la que le conduce a Jesús al Gólgota, sino mi maldad, nuestra maldad.
Los treinta denarios -el sueldo de un mes- que resonaron en la bolsa de Judas, también resuenan en mis bolsillos…
También yo, y no sólo los sacerdotes del templo, he dado mi contribución para la traición y sacrificio del Señor.
Judas solamente es la personificación de todas nuestras traiciones al bendito Maestro.
Y, sin embargo, Jesús le llama «AMIGO»…
El traidor que besa al Maestro es visto por Jesús como «AMIGO» ¡¿!’¿¡!?
Jesús le da el bocado a Judas, y tan pronto éste lo comió, salio de su presencia:
«Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón… Cuando (Judas), pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche.» (Juan 13:26, 30).
Judas sale de la presencia del Maestro, que es la «Luz del mundo», a la noche…
Nicodemo va de noche a ver a Jesús…
Judas sale de la Luz del Señor a la noche del mundo…
Ahora ya todo es noche en Judas, en el corazón de Judas.
En el relato evangélico de Juan se nos dice abiertamente que «Después del bocado, Satanás entró en él (Judas).» (Juan 13:27a).
El malo puede entrar en Judas porque está deshabitado, vacío, solo, decepcionado por sus propias expectativas…
Jesús no responde a sus esperanzas, a sus deseos, a su visión del Mesías…
Pero, ¿cómo llegó a semejante situación?
¿Cómo llegó Judas a estar deshabitado, decepcionado, vacío, solo, sumido en la noche de su alma?
¿Se habían olvidado sus compañeros de cuidarle, de vigilarle?
¿No sería que cada uno de ellos había estado ocupado buscando lo suyo propio?
¿Acaso no buscaba cada uno de ellos el primer puesto, el lugar de preferencia y privilegio?
¿No es cierto que se pasaban un buen tiempo discutiendo quién de ellos sería el primero?
¿Acaso no habían recurrido algunos de ellos a que su propia madre intercediera por ellos pidiendole al Señor una recomendación para sus hijos?
Hermanos, el malo -¡Dios le reprenda!- tiene vía libre cuando el amor se convierte en desamor, en egocentrismo…
El malo -¡Dios le reprenda!- tiene vía libre cuando el amor se convierte en desertor.
Ahora bien, los apóstoles debieron respirar algo más tranquilos después de que Judas saliera del cenáculo y se disolviera entre las sombras de la noche.
¿Qué hicieron sus compañeros?
Se quedaron todos y cada uno de ellos tranquilamente en sus sitios…
Ninguno de ellos se movió ni un milímetro para salir en busca de Judas…
Los muchos caminos y experiencias juntos no parecieron haber dejado mucha huella en sus corazones.
Creo que a Jesús le hubiera gustado ver a Pedro levantarse y salir en la noche en busca de su compañero…
Pero no fue así…
Ni el impulsivo Pedro, ni ninguno de los otros dejó su sitio a la mesa.
Todos traicionaron al traidor.
Los amigos de Judas se quedaron en el aposento alto haciendo la digestión.
El que está gusto y caliente rara vez se acuerda de quienes se encuentran a la intemperie…
Los que tienen la tripa llena y el corazón contento no suelen acordarse de quienes carecen de lo más elemental…
Habían comido el pan ázimo, la verdura amarga, el vino especial de la Pascua y el cordero asado…
Pero no habían entendido nada…
Apenas había sido para ellos un recordatorio nacionalista de la liberación del pueblo antiguo en los días de Moisés.
Mucho menos habían entendido las palabras de Jesús respecto a su cuerpo y a su sangre que iba a entregar por ellos y por todos.
Y no habían entendido porque no estaban dispuestos a salir de sí mismos.
La traición flotaba en el aire, incluso antes de que a Judas le diera tiempo a llegar al palacio de los sumos sacerdotes para emprender el camino con los alguaciles del templo para prender a Jesús con espadas y palos.
Aquellos discípulos-comensales no comprendieron el alimento de Jesús.
¿Y nosotros?
Traicionamos al amor cuando no salimos de nosotros mismos…
Y esa traición produce sopor, pereza y sueño…
Por eso es que poco después de la cena de la Pascua les vemos dormidos profundamente en el huerto de Getsemaní mientras Jesús ora y suda como grandes gotas de sangre.
El sueño de los discípulos en el huerto de Getsemaní es el sopor después de de una buena cena.
No han entendido cuál es la verdadera comida que Jesús les quiere dar, que Jesús nos quiere dar.
¡Cuánto le hubiera gustado a Jesús que Pedro saliera tras de Judas!
¡O quizá Juan!
Algunos escuchan mejor al más joven…
Pero Pedro pensaba sólo en sí mismo, y Juan estaba muy cómodo recostado sobre el pecho de Jesús.
Tanto Pedro como Juan -representantes de la impetuosidad y de la juventud, respectivamente- hubieran alcanzado fácilmente a Judas, y quizá le hubieran podido reconvenir y convencer para que volviera al Maestro que le llamaba «AMIGO»…
¿Os imagináis si todos hubieran salido tras Judas?
¿Cómo hubiera podido eludir el amor de los once?
¿Estáis pensando que entonces probablemente hubieran habido doce cruces más sobre el Calvario?
Sí, probablemente Jesús no hubiera muerto tan solo…
Pero lo que verdaderamente estoy tratando de compartir con vosotros, amados, es que se nos escapan fácilmente compañeros porque preferimos estar al abrigo, seguros, en vez de salir a la «noche», a las sombras.
Murmuramos y criticamos a los que se enfrían, a quienes se distancian y caen…
Antes de considerar su frío, su dolor, su indefensión, pensamos en nuestro nombre, fama, reputación, en el «qué dirán», que disfrazamos como «testimonio».
Pero rara vez nos levantamos como un solo hombre para arropar al perdido, al enfriado, al herido, al huido, incluso al traidor.
El quedarnos al abrigo, seguros, mientras nuestros hermanos equivocados, perdidos, están fuera, en la noche, en la oscuridad y en las sombras, nos vuelve cómplices de su traición…
Y así el «campo de sangre» va creciendo en extensión…
Mientras el bendito Maestro sigue esperando que alguno de los «suyos» se levante y salga fuera, en mitad de la noche, en busca del perdido, incluso del traidor, a quien Jesús sigue llamando «AMIGO».