Nº 1.796 – 2 de Diciembre de 2018
Una de las cosas que más desgasta nuestras energías y nuestro ánimo, es la queja. La queja vive alrededor nuestro, nos asedia por doquier. Casi siempre escuchamos a muchos quejarse de otros. También nosotros en nuestro apresuramiento, tomamos a veces, tristemente, el atajo fácil y estúpido de la queja por todo y por todos. Sobre todo, si estamos cansados, cargados y agobiados… la queja florece como los cardos en el campo.
Para no quejarnos tanto, deberíamos comenzar por tener un tiempo de descanso adecuado cada día. Dormir las horas que necesitamos y obtener el buen descanso que el Señor tiene para nosotros cuando dejamos todo a un lado y nos encontramos con Él en la oración y en la lectura y meditación de Su Palabra.
La queja continua amarga el carácter y tiñe la personalidad de un desagradable talante airado. La queja constante nos convierte en malhumorados y fomenta las discusiones en el hogar, en la iglesia, en el trabajo y en cualquier ámbito.
La queja nos lleva siempre a enjuiciar al prójimo y a creernos nosotros de clase superior y por encima de los demás.
La queja es siempre injusta ya que todos nosotros somos injustos sin excepción. Siendo sólo absolutamente Justo nuestro Señor Jesucristo.
La queja es el arma arrojadiza del falto de sosiego y de paz. Porque el que tiene la paz del Señor no se queja, sino que encomienda su causa al Fiel Creador, a su Padre Celestial.
La queja siempre yerra porque está teñida de la ira humana y la ira humana nunca puede obrar la justicia de Dios.
Pidamos al Señor y expresemos a Él nuestras quejas y no nos quejemos los unos de los otros… y si alguno tuviera queja contra otro, perdonemos como Cristo nos ha perdonado.
En vez de quejarte contra alguien si ves algún fallo, ve y ayúdale ofreciéndote para que las cosas salgan mejor la próxima vez. Pero no caigamos en la crítica y la murmuración a espaldas del otro.
Y sobre todo mucho amor.
Pastor Antonio Martín Salado