Nº 1.768 – 20 de Mayo de 2018
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27)
Jesús pronuncia estas palabras en el contexto del Don del Consolador que el Padre nos da. Por lo tanto, tener el Espíritu en nosotros es tener la paz de Jesús. Fuera de esa paz sólo hay turbación y miedo, angustia y cobardía. Cualquier cosa, excepto fe y esperanza. La paz de Jesús que nos llega por medio de Su Espíritu es imprescindible para ver la vida con claridad. Para pensar sosegadamente y no precipitarse. ¡Que importante es hacer todas las cosas sin perder la armonía que el Señor nos regala!
La paz de Jesús nos marca los ritmos a los que tenemos que vivir. La paz de Jesús nos enseña a no ser impacientes y a no correr por delante del Señor. La paz de Jesús nos enseña cuando hablar y cuando callar. La paz de Jesús nos enseña a estar firmes y a salvo aún en medio de la más fuerte tempestad. La paz de Jesús nos fortalece para no tener miedo a ningún hombre y no doblar la rodilla sino ante el Señor solamente. La paz de Jesús nos enseña a esperar el cumplimiento de la visión, aunque todavía no se vean los frutos. La paz de Jesús nos enseña a perseverar al frente aunque el enemigo nos quiera derribar. La paz de Jesús es indescriptible. No se puede expresar con palabras humanas. Sólo se puede experimentar y hacer de ella nuestro estilo de vida. Porque ese fue el estilo de vida de Jesús en los días de Su carne entre los hombres.
¿Quieres esa paz? Nada en el mundo te la puede dar. Sólo viene con la llenura del Espíritu Santo. Confía en el Señor. Créele a Él y no a las voces pesimistas que viven siempre en angustia, ahogados y ahogando a todos los que se encuentran a su alrededor.
La paz del Señor es y será siempre oxígeno para respirar. Por eso, cuando Jesús se sentía apretado por la multitud, se separaba un poco para mantenerse en paz, en la paz de Su Padre que mora en Él.
Mucha paz del Señor y mucho amor.
Antonio Martín, pastor.