Nº 1.739 – 29 de Octubre de 2017
La gran tentación, en la que el maligno ha sido vencedor temporal, ha consistido en hacernos caer en la espiral de la supervivencia de los más aptos. La humanidad se encuentra ante el reto del principio de la cooperación. El mundo se encamina a la autodestrucción si continúa viviendo según el principio de la supervivencia de los más aptos, es decir, derrotando a los vecinos en la competencia, en el afán del lucro y la acumulación.
La única esperanza que se nos ofrece es el aprendizaje a convivir con nuestros vecinos, de manera que todos prosperemos. La respuesta es Dios, quien nos da la fuerza que nos impulsa a elevarnos por encima del egoísmo y ayudar a nuestros vecinos, del mismo modo que les inspira a ellos as trascender su egoísmo y ser de ayuda para nosotros.
Dios nos eleva cada vez más, del mismo modo que el Sol hace que las plantas y los árboles crezcan en altura. Dios siempre nos convoca a todos a ser más de lo que éramos antes.
El escéptico y el agnóstico explican el mal que hay en el mundo negando el papel de Dios en los asuntos humanos, pero ¿cómo explican el bien? Luego de explicar la crueldad, ¿cómo explican la generosidad, la amabilidad, el cariño, el valor, el autosacrificio, a menos que Dios esté trabajando con nosotros, del mismo modo que lo hace con el capullo, logrado que éste florezca y revele su belleza interior?
Dios es la respuesta a la pregunta: “¿Qué sentido tiene intentar mejorar el mundo, si los problemas de la guerra, del hambre, la injusticia y el odio son tan enormes y acendrados que en toda mi vida ni siquiera alcanzaré a rascar su superficie?” Dios nos asegura que lo que no logremos en nuestra vida, será completado después de nuestra muerte. Aunque somos mortales, y sólo Dios tiene inmortalidad, y nuestro tiempo en la Tierra sea limitado, la voluntad de Dios es eterna.
Pensar que el hecho de que nuestras buenas acciones sean olvidadas, y que eso les resta valor, carece de sentido cuando reconocemos la eternidad divina. Las buenas acciones jamás serán desperdiciadas, jamás serán olvidadas. Es Dios quien combina las acciones justas de los hombres dándoles una dimensión eterna. Apocalipsis 14:13: “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu (Santo), descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.”
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.