Nº 1.713 – 30 de Abril de 2017
Jesús de Nazaret siempre hizo obras buenas. No hubo en Él sombra de pecado o de maldad.
Podemos resumir la vida de nuestro Señor y Salvador como una vida de entrega absoluta a los demás.
Por eso, en una ocasión interpeló a los fariseos preguntándoles: “¿Por cuál de mis obras me queréis apedrear?”
Así fue en la vida de Jesús, y así puede ser también en nuestra propia vida.
Podemos haber hecho obras buenas, favores desinteresados, donaciones, trabajos por los demás… Y, sin embargo, puede que nos quieran apedrear.
Y no pensemos que esto es algo extraño o inusual, sino bastante frecuente.
No es fácil hallar a personas con un corazón agradecido, sino, antes bien, quienes fácilmente olvidan los beneficios recibidos.
Por eso, es importante que cuando nos hallemos ante la reacción ingrata de parte de aquellos a quienes hayamos beneficiado, no permitamos que la amargura anide en nuestros corazones, o que como raíz se extienda y contamine a otros.
En el momento de la prueba, cuando a cambio de nuestro amor recibamos las piedras de aquellos a quienes bendijimos, volvamos la mirada a Jesucristo nuestro Señor, experto en tribulación y angustia, quien nunca maldijo a sus enemigos, sino que los bendijo hasta el último momento de su vida física entre nosotros.
Hay un camino sencillo para asemejarnos a nuestro bendito Redentor: Bendigamos a todos, comprendidos también aquellos que no nos aman, o que incluso nos odian, y comprobaremos que los resultados son maravillosos e inimaginables.
No olvidemos que nuestro Señor entregó su vida en aquella Cruz del Calvario orando a su Padre, y Padre nuestro que está en los Cielos, intercediendo por los que le habían martirizado hasta la muerte, pidiéndole al Eterno que los perdonara, porque no sabían lo que hacían.
Recordemos que Dios nos ha creado para sí, y también para dejar huellas en el camino de la vida.
Nadie pasa por la vida sin dejar huellas a los ojos del Dios Eterno. Y hay mucho gozo en el corazón del Señor por aquellos que anuncian la paz y comparten la felicidad, aunque a cambio reciban pedradas de ingratitud.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.