Nº 1.701 – 5 de Febrero de 2017
Otto Dibelius (1880-1967), teólogo luterano y firme opositor al nazismo, dijo: “Dios no guía a sus hijos alrededor de las dificultades, sino justo a través de ellas. ¡Los guía! Y en medio de las dificultades está más cerca de ellos que nunca.”
Consideremos las decepciones humanas que nuestro Señor Jesucristo toleró y sufrió:
Rechazado en su tierra natal, asediado y perseguido por los dirigentes religiosos de su nación, incomprendido por su propia familia, traicionado por uno de sus discípulos más íntimos y abandonado por sus seguidores.
Aun así, y en medio de todo ello, Jesús nunca se quejó ni se reveló contra Dios, sino que confió en su Dios y Padre incluso colgando de la Cruz del Calvario.
¿Cómo podemos ser amigos de Cristo si no estamos dispuestos a pasar por tribulaciones?
¿Cómo vamos a pretender vivir bajo su disciplina si no estamos dispuestos a sufrir dolores y privaciones por amor de su nombre?
Estar bien con nuestro Padre Dios a menudo significa estar en problemas con este mundo.
Hemos de sufrir con Cristo y por Cristo si verdaderamente anhelamos reinar con Él.
Recordemos las palabras del Dr. Billy Graham: “Comodidad y prosperidad nunca han enriquecido al mundo como lo ha hecho la adversidad. Del dolor y las tribulaciones ha surgido la más dulce canción, las más apasionadas historias; del sufrimiento y las lágrimas han brotado los más grandes espíritus y las vidas más bienaventuradas.”
Desde el lugar más profundo donde el amor abraza todo el dolor humano, el Padre Eterno alcanza a todos sus hijos e hijas.
Frecuentemente, las personas religiosas malinterpretan su dolor y el dolor de los demás, pensando que la fe y las lágrimas no pueden ir de la mano.
Pero el dolor no es una negación de la fe. Recordemos que el versículo más corto del Nuevo Testamento se encuentra en el Evangelio según Juan 11:35, y contiene solamente dos palabras con las que el evangelista describe la actitud de Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro: “Jesús lloró”.
Jesús, el Señor de la vida, a vencido a la muerte, y nos llama a que salgamos de la tumba de este mundo muerto para reunirnos con Él en la vida.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.