Nº 1620 – 19 de Julio de 2015
Imaginemos a una persona gordísima, repleta de grasa, que se mueve muy lentamente, con grandes dificultades, incapaz de avanzar, de explorar, de descubrir, de inquirir, de aprender.
Me refiero a las mentes de millones de personas, no necesariamente gruesas físicamente, pero sí de mentes paralizadas por la grasa de creencias, hábitos y apegos adiposos.
Los dirigentes políticos, culturales y religiosos se han dedicado, y sigue haciéndolo, a abrumar a los pueblos con el peso de su supuesta autoridad, siempre mantenida por la fuerza de las armas, creando esas capas de grasa nauseabunda que sesga a los hombres y levanta barreras que impiden ver directamente la realidad de la vida.
El pescador mira todos los días la mar océana sin percatarse de su grandeza, porque sólo busca peces. La majestad y la grandeza del mar han dejado de tener lugar en su corazón. Y del mismo modo, nosotros no vemos por estar encerrados en las prisiones que nosotros mismos nos hemos levantado para ocultarnos en ellas.
La vida inconsciente lo es porque no merece ser vivida. Es una vida robótica y robotizada que se asemeja más al sueño de la muerte que a la vida consciente.
Y, sin embargo, esa clase de vida es la que muchos millones de hombres y mujeres conocen, y no otra.
Por eso Jesús nos ha dicho que Él ha venido a darnos vida, y vida abundante.
Es el fuego del Santo Espíritu de Dios el que elimina la “grasa” y nos mira, despierta, examina y explora.
El Santo Consolador es quien desploma las murallas de nuestra prisión hasta que no quede piedra sobre piedra.
Entonces podremos obtener una visión mucho más nítida y libre de obstáculos de las cosas como son.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.