Nº 1603– 22 de Marzo de 2015

Publicado por CC Eben-Ezer en

La voz “ecuanimidad” no forma parte de nuestro vocabulario habitual. Es una de tantas palabras que conocemos pero apenas usamos, por ser cultismos que no forman parte de nuestro léxico de cada día.

La ecuanimidad es fruto de la práctica del cariño, la compasión y el gozo.

Abre nuestra mente en armonía con el corazón, y pensamos en grande, imprescindible para reparar en lo pequeño, como si fuéramos microscopios y telescopios simultáneamente.

La ecuanimidad es la práctica de abrir la puerta a todos, dar la bienvenida a todo el universo divino, invitar a la vida a visitarnos.

El cultivo de la ecuanimidad es obra diseñada por el Santo Espíritu de Dios, tanto en quienes hemos llegado a ser hechos conscientes de esa labor, como en aquellos a quienes les pasa inadvertido el Autor de la obra.

La ecuanimidad es mayor que nuestros esfuerzos de imparcialidad; supera nuestra habitual perspectiva estrecha y condicionada por miles de factores, muchos de los cuales nos pasan igualmente inadvertidos.

La aspiración del espíritu ecuánime nos conduce hacia la separación de nuestros apegos que nos vuelven negativamente apasionados, dañinamente agresivos y endémicamente prejuiciados.

La aspiración de la ecuanimidad es la reacción a una caricia del Santo Espíritu Consolador, quien ocupa el lugar de Jesucristo en nuestros corazones y en nuestro medio.

Con la mirada puesta en Jesús de Nazaret vamos a progresar en el camino del desprendimiento del afán por el lucro y la dominación, la agresividad y los prejuicios.

Precisamos ligereza de equipaje si verdaderamente anhelamos ser ecuánimes. La aspiración hacia la ecuanimidad forma parte del programa de formación de la Escuela de Cristo.

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.

 

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