Nº 1602– 15 de Marzo de 2015
Millones creen que el gozo es la experiencia de algo bueno, positivo y gratificante. Sin embargo, el gozo es don y fruto del Santo Espíritu de Dios, y por lo tanto no se circunscribe a determinadas experiencias.
Como todos los dones, demanda de nosotros su cultivo. Y éste comienza con la rendición de nuestro orgullo y soberbia, los grandes impedimentos para reparar en la gratitud debida a Dios y a los demás humanos, nuestros compañeros del viaje de la vida.
De este modo es como ni nuestro sufrimiento, ni el de los demás, logrará separarnos del gozo del Señor, nuestra fortaleza.
Pero es menester comenzar por apreciar el gozo como una realidad que no es externa a nosotros mismos, sino que como todos los dones de Dios nace en su corazón y se reproduce en el nuestro.
Comenzamos el proceso del cultivo del gozo apreciando nuestra propia fortuna. Dios ha querido que nazcamos en este universo, nuestra casa, y herencia del Eterno, nuestro Padre.
Todo cuanto el universo nos ofrece es nuestro, por lo que aquello a lo que no podemos acceder nos ha sido robado. Y es que robamos a Dios si robamos a nuestro prójimo, y roban a Dios quienes nos roban a nosotros.
Dios pasa hambre en el hambre de sus hijos. Dios llora en las lágrimas de los maltratados. Dios es humillado en las vejaciones de los hombres, sus delicias.
El abrazo de la sensibilidad y la apreciación nos pone en contacto con la auténtica realidad, la no deformada por los ladrones de Dios y de sus hijos los hombres.
Cuando extendemos nuestra atención y aprecio hacia el universo de nuestro entorno, de nuestra atmósfera, y de los humanos con quienes compartimos el aliento, el gozo del Señor también se expande y llega a saturarlo todo.
Mucho gozo. Joaquín Yebra, pastor.