Nº 1596– 1 de Febrero de 2015
El camino del bien no es senda de rosas, sino de pesares y trabajos.
La senda de la justicia está tapizada por tormentas de lágrimas, inconveniencias ajenas, y persecuciones de parte de los encumbrados.
De ahí que los que lloran sean bienaventurados, porque serán consolados.
Bienaventurados los portadores de la paz, los promotores de la amistad, los constructores de la concordia.
Bienaventurados los llenos de mansedumbre, de dulzura, los de inagotable paciencia para sobrellevar con indulgencia las impertinencias de los fastidiosos y exigentes.
Bienaventurados los desheredados del mundo, los que no cuentan, los últimos de todas las listas, porque para Dios no pasan inadvertidos.
Bienaventurados los empobrecidos, porque hay preferencia por ellos en el corazón de Dios.
Son los que hoy sufren escasez, pero en el Gran Día de Dios serán saciados hasta la hartura.
Son los que hoy sufren más, pero les será recompensado con creces.
Siguiendo a Jesús de Nazaret vamos a tener la oportunidad de proseguir adelante, hasta el más remoto horizonte.
Vamos a poder penetrar en lo más hondo del corazón humano, para encontrarnos con esa luz verdadera que alumbra a todo hombre.
Vamos a huir de los círculos donde se promueve la vana ostentación de la piedad, las exhibiciones del fervor, los que tocan clarín para llamar la atención hacia su supuesta generosidad.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.