Nº 1442 – 12 de Febrero de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

La teología no dominadora jamás se separa de sus pueblos y comunidades, del mismo modo que Jesús de Nazaret jamás insinuó siquiera que sus discípulos se apartaran de la comunidad hebrea, por cuanto el compromiso es de naturaleza orgánica y permanente. De ahí la importancia de adquirir una visión de conjunto, de la totalidad de la historia y de sociedad; en definitiva, de no perder la identidad.

Jesús de Nazaret, nuestro único Señor y Salvador, nunca pretendió pertenecer a una élite social, espiritual o religiosa. Nunca pretendió ser sacerdote del orden levítico-aarónico, por la sencilla razón de no pertenecer a la casta sacerdotal, sino a la tribu de Judá, a la que se le dio el cetro de autoridad, pero no se le encargó el sacerdocio. Jesús fue y es sacerdote del orden de Melquisedec. Su sacerdocio es por promesa divina, no por herencia de los hombres. Por eso es que Jesús nunca entró en el templo hasta el lugar de los sacerdotes, sino que enseñó en sus aledaños y en los lugares reservados para el pueblo de Israel y para los gentiles. Este fue el atrio que Jesús tuvo que limpiar de mercaderes, por cuanto los sacerdotes habían olvidado que el templo debía hacer las funciones de ser “Casa de Oración” para todos los pueblos.

Jamás penetró Jesús “por la puerta de atrás”, como tanto gusta hoy día a quienes en esto como en todo se pasan la vida buscando atajos. Tampoco privatizó su ministerio oficiando en las capillas particulares de los que buscan la manera de no tener relación con los pobres. Ni podemos tampoco hallarle llamando a la puerta de los poderosos, del estado secular o de la nobleza laica, para rogar la concesión de subvenciones ni aportaciones para acometer empresas que promuevan la extensión de la noble causa del Evangelio.

Jamás ordenó la construcción de un nuevo templo, ni siquiera de una sinagoga a su medida, como garantía de contacto permanente con su persona, sino que el vínculo fue y es la bendita Persona del Espíritu Santo, a quien nadie puede privatizar, ni encerrar en un libro, ni en una ceremonia eclesiástica, ni en un rito sacramental, ni en un sagrario con llave en manos del gurú de turno.

Decididamente, necesitamos mucho más amor. Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.