Nº 1437- 8 de Enero de 2012

Publicado por CC Eben-Ezer en

Cualquier pueblo mediáticamente manipulado puede perseguir y matar a sus profetas y libertadores, mientras cae deslizándose en las viscosas redes de sus explotadores, quienes le conducirán con su consentimiento hacia la descomposición moral y espiritual. Ellos son quienes en el curso de la historia han organizado cruzadas, inquisiciones, guerras, genocidios y las mayores barbaries.

Ahora bien, los profetas siempre nos han advertido que en nuestro camino vamos a encontrarnos con los Judas Iscariote, los Poncio Pilato, las zorras como Herodes, los falsos profetas, los lobos con piel de cordero, los traficantes de religión, los comedores de casas de viudas, los izquierdistas que no pasan de ser resentidos por no haber logrado participar del espolio de sus hermanos débiles, y una larga cohorte de vomitivos que nuestro Señor arrojará de su boca.

Olvidamos con facilidad que las primeras victorias del cristianismo no fueron grandes batallas de ejércitos capitaneados por los reyezuelos del fraccionado imperio romano y el cesaropapismo vaticano, sino que fueron los mártires que encarnaron la fe de Jesucristo.

La espada no estuvo en manos de los cristianos, sino en las de sus verdugos y asesinos, quienes les echaron a los leones. Pero siglos después, la espada se había unido a la falsa cruz, y el trono era señor del altar. Por eso cuando los cristianos llegaron a las tierras americanas lo hicieron con espadas y echaron a los caudillos de la resistencia indígena a los perros. Eran los mismos que expulsaron a los judíos y a los árabes. Serían los nazis del momento. Siempre son los mismos.

Es deber de quienes asumimos el Evangelio de Jesucristo romper la vieja herencia psíquica que nos ha legado sutilmente una historia de traición al Pobre de Nazaret, el que siendo rico se hizo pobre para salvarnos, no sólo del pecado, que ya sería muchísimo, sino de la sombra de nuestro pasado, y de nosotros mismos.

Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.