Nº 1427- 16 de Octubre de 2011
El jardín del corazón de cada discípulo de Jesucristo sigue siendo el Edén perdido.
El agua que bebemos continua siendo la que brotó de las fuentes de la tierra y cayó de las alturas en el Diluvio de los días de Noé.
Los pájaros que se posan y cantan desde el árbol frente a mi ventana, son los que Dios ordenó ser en la reordenación de nuestra tierra, la cual había llegado a estar desordenada y vacía, como se nos dice en Génesis.
El pan nuestro de cada día es el fruto de la tierra desde sus primeros albores.
La naturaleza sigue estando ahí. Nunca ha dejado su lugar, a pesar de nuestro pecado; y ello es una de las más poderosas pruebas del amor de Dios nuestro Señor.
Esa naturaleza nunca cometió nada en contra de Dios. Por eso permanece, aunque nos empeñemos en deteriorarla cada día más.
Nunca se atrevió a contradecir al Señor bendito; nunca osó enfrentarse a la voluntad divina, mientras que nosotros sí lo hicimos.
Esa naturaleza está perfectamente satisfecha con su “naturaleza”, valga la redundancia. Está completamente a gusto con su lugar, con su encomienda, desde el primer día de su creación.
Pero llega el pecado al corazón y a la mente del hombre, y todas las cosas se vuelven confusas.
Jesús de Nazaret hace acto de presencia para poner fin a ese desorden en el corazón y la mente de los hombres sus hermanos.
Por eso le escuchan y le obedecen los elementos…
Por eso se muestra más resplandeciente que el sol y la nieve…
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.