Nº 1423 – 18 de Septiembre de 2011
La situación del cristianismo organizado por los diversos “vaticanos” católicos, protestantes y ortodoxos, se asemeja muchísimo a la del templo de Jerusalem en los días de nuestro Señor Jesucristo en los días de la carne. Antes o después, todos los templos se convierten en guaridas de ladrones, mientras millones caen en el error de olvidar la insistencia con que la Biblia nos asegura que “Dios no habita en templos hechos de manos humanas.”
Los más sencillos y los desconocedores de la enseñanza bíblica creen que necesitan de los grandes templos, catedrales, basílicas y organizaciones religiosas para encontrarse con Dios. Esa tendencia les hace caer en las redes tendidas por los explotadores, los tramposos, los lobos disfrazados de oveja, los falsos profetas, los vendedores de religión, los comedores de las casas de las viudas, lo contaminadores de todos los templos. Los lobos sólo se acercan cuando huelen la presencia de las ovejas más sencillas, más humildes, más desprevenidas, más empobrecidas.
Cuantas veces se ha levantado el templo, ha sido contaminado por los agentes manipuladores que lo han convertido en la sede de todo lo que está mal; por eso va a derrumbarse de un momento a otro, tal como ha caído al suelo en muchas ocasiones anteriores, sin dejar piedra sobre piedra. Esto ha venido ocurriendo en el curso de los siglos. Y puede que el único que se salve en este derrumbamiento sea el “pobre de solemnidad” que está a la puerta de los templos con la mano extendida.
La próxima vez va a ser la final y definitiva, la global y universal. Por eso debemos tenerlo muy presente en nuestras vidas y buscar siempre que la verdad del Evangelio de Jesucristo ilumine nuestra sencillez, para no caer inadvertidos en manos de los avispados mercaderes de los templos.
El aplastamiento de quienes permanezcan bajo los muros y las columnas será inevitable, porque los templos de los hombres sólo son piedras sobre piedras, sin cemento ni argamasa espiritual que las mantenga unidas ante el soplo de los fuertes vientos o el ímpetu de las aguas en corriente.
Seamos vigilantes para que los mercaderes de la religión no nos atrapen, y podamos reconocer a Jesús cuando venga con poder y gran gloria a buscar a los suyos, a despertar a los que vivieron y durmieron en la esperanza mesiánica, y a transformar a sus fieles vivos en un abrir y cerrar de ojos, para el encuentro definitivo con Él.
¡Ven, Señor Jesús! Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.