Nº 1422 – 11 de Septiembre de 2011

Publicado por CC Eben-Ezer en

La simonía y toda clase de “merchandising” religioso no es nada más que la venta de los mercaderes de todos los templos del mundo, como aquellos a quienes Jesús de Nazaret echó del atrio de los gentiles del templo de Jerusalem, el cual había sido construido para ser “casa de oración para todos los pueblos”, pero que el nacionalismo estrecho de los dirigentes de Israel, vendidos a la potencia romana invasora, había reducido a religión nacional.

El atrio de los gentiles, de los no hebreos, había sido transformado en un vergonzoso mercadillo en el que se vendían animales para los sacrificios del templo, además de los puestos de los cambistas que daban, a cambio de buen dinero de plata y de oro, la moneda del templo; una especie de fichas con las que podían comprar los visitantes. En definitiva, un rentable negocio de divisa internacional.

En aquel recinto se vendía a Dios. Pero el problema es que a Dios, al menos al verdadero, no se le puede vender. Los únicos que pueden ser vendidos son los falsos diosecillos con que se engaña a los más necios, por aquello de que “cada día que amanece, el número de tontos crece.” En definitiva, el templo de Jerusalem había dejado de ser una casa de oración para todos los pueblos de la tierra; ya no era un lugar para adorar, para orar, para meditar, para buscar a Dios, sino una “cueva de ladrones”, en las propias palabras de Jesús, quien siempre que se acercaba al templo salía entristecido y a veces muy enfadado.

Jesús denunció el estado de aquel recinto, en principio sagrado, como un cadáver, es decir, un cuerpo del que había salido el aliento, el espíritu. La preocupación de los sacerdotes se había centrado en la conservación de sus privilegios de parte de Roma. Creo que Jesús se sentía especialmente triste al ver que las gentes no se percataban de lo que allí estaba aconteciendo.

¿Y nosotros? La apostasía no está lejos, ni cerca, sino que estamos ya en ella. ¿Va a hallar fe en la tierra cuando el Señor venga? ¿Nos interesa estar a bien con el mundo y sus poderes, o queremos formar parte del remanente fiel que nunca faltó?

Mucho amor.  Joaquín Yebra,  pastor.