Nº 1421 – 4 de Septiembtre de 2011
Si hay alguien verdaderamente molesto para la mayoría de los humanos, ése es el innovador.
Los innovadores molestan, asustan, incomodan, irritan, perturban, hacen dudar, mueven a pensar, a cuestionarse cosas, a inclinarse por prescindir de lo que había parecido imprescindible durante muchos años… Y eso cansa mucho.
Los innovadores despiertan a los sesteadores profesionales, dejan de arrullar a los somnolientos, incitan a hacer, a crear, a desarrollar, a promover, a restaurar, a remodelar, a buscar, a sacrificar sueño y estúpida pérdida de tiempo en aras del crecimiento y el progreso… Y eso es muy cansado.
Los innovadores optan por incitar a limpiar la mugre que varias generaciones pueden haber confundido con el color de la fachada… Y eso es agotador.
Mientras sus vecinos están convencidos de que el césped de sus respectivos jardines es menos verde que el de al lado, los innovadores lo siegan, los riegan, y lo abonan.
Mientras que los más se quedan en casa esperando que les vengan a traer un puesto de trabajo bueno, digno y bien remunerado, los innovadores salen en su búsqueda.
Los innovadores mejoran el funcionamiento de lo que funciona bien, mientras los demás se quejan de las averías.
Los que creen saberlo todo o casi todo, y por eso no suelen hacer nada, o sólo dejarse arrastrar por la inercia, se sienten amenazados cuando aparece un innovador, y suelen arremeter contra él o contra ella, que también hay innovadoras.
Los cómodos sesteros de la indolencia histórico-histérica no pueden por menos que hacer el esfuerzo de levantarse contra el innovador para desterrarle o aplastarle, si insiste en su quehacer.
Esta es una explicación no teológica, pero ciertísima, de lo que le aconteció a nuestro bendito Salvador, Jesucristo el Innovador.
Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.