Nº 1416– 31 de Julio de 2011

Publicado por CC Eben-Ezer en

Las mujeres –María de Nazaret, la hermana de su madre, María mujer de Cleofás y María Magdalena- son las que permanecen con el joven discípulo Juan al pie de la Cruz de Jesús.
Permanecen junto al Señor porque le aman, mientras que los que discutían por el camino sobre quién de ellos sería el mayor de todos, el primero, el sucesor, el cabeza en el gobierno del Reino venidero, están desaparecidos, escapados, escondidos, ocultos, agazapados, envueltos en las sombras, con más miedo que vergüenza, como decimos los castizos.
Fácilmente hubieran sido también acusados, arrestados, juzgados y crucificados. Ese fue su temor. Por eso huyeron. Pero estas mujeres y el joven Juan no lo hicieron.
Su amor a Jesús de Nazaret les hizo desafiar al imperio romano, a las autoridades invasoras, a los religiosos vendidos al poder, y a la muerte, por cuanto el amor es más fuerte que ésta.
Pedro niega a Jesús tres veces antes de que el gallo cante; pero estas mujeres y el joven discípulo Juan permanecen al pie de la Cruz.
Cuando Jesús vence a la muerte y resucita glorioso, se muestra primeramente a las mujeres, pero no condena a los apóstoles que han huido cobardemente.
Les envía la noticia de su victoria a través de ellas; les hace partícipes de esa buena nueva; y sale a su encuentro en Galilea, porque son sus amigos, porque les conoce, porque les comprende, porque les ama.
Jesús ha derramado su corazón por ellos, por ti y por mí, por nosotros. Por eso no hay en Él ni rechazo ni reproche. Sólo amor perdonador, porque Dios es amor, y quien ama ha visto a Dios.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.