Nº 1407– 29 de Mayo de 2011
Jesús dijo que Abraham vio su día, y se regocijó grandemente. Y partiendo de ese principio, podemos afirmar que Jesús vio tu día y mi día, y también se regocijó grandemente. Esto es difícil de explicar en nuestro tiempo y con nuestros paradigmas verbales, que, naturalmente, responden a nuestra cultura y a nuestros esquemas mentales. Pero la Biblia nos habla de una capacidad que se desprende de la fe verdadera, don de Dios y cuyo autor en Jesucristo, y que permite ver el acontecer que se acerca, y saludarlo con la alegría del bien que proviene de Dios.
Hay un texto en el que de vez en cuando necesito meditar y reflexionar en mi intimidad. Se encuentra en la Carta a los Hebreos 11:13: “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.”
Esta es una dimensión de la fe que hemos perdido los cristianos, si es que alguna vez la hemos llegado a tener; y es mirar de lejos lo prometido, creerlo, saludarlo y confesarlo.
Encerrada la fe en el enjambre de ideas filosóficas de los pseudo-teólogos, y desprovista ésta de todos su aspectos espirituales y fenomenológicos, hemos dejado muchos de los planos de la fe en manos de sectas periféricas y círculos de pensamiento marginal. Y el resultado ha sido la reducción de la fe al plano de la creencia, de la mera aceptación de una serie de verdades conceptuales expresadas en lenguaje abstracto que casi nadie llega ni siquiera a entender.
La prueba la hallamos en el testimonio de los hombres y mujeres mencionados en ese capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos, ninguno de los cuales ni entendió ni vivió la fe como doctrinas eclesiastizadas, sino como el acto obediente de fiarse de Dios con todo el corazón, el alma y la mente.
Fiémonos de Dios con todo nuestro corazón, miremos de lejos todas sus promesas, y saludémoslas.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.