Nº 1404– 8 de Mayo de 2011
Dijo el sabio Lao Tse que él era el último, y por eso era el más pacífico y el más feliz de los hombres, porque de ese modo, siendo el último, nadie venía a pelear contra él, ni a disputarle su puesto.
Creo que hay sabiduría en estas palabras, pero no pienso que respondan a la enseñanza de nuestro bendito Salvador al decirnos que quien quiera ser el primero, sea el último y el servidor de todos…
El sabio oriental procuraba ser el último sólo para conservar su posición, aunque fuera pequeña, con tal de conservarla, y de esas manera evitar que se la disputaran. Pero si ese fuera el sentido de la enseñanza de Jesús de Nazaret, con nuestra astucia natural, procuraríamos ser los últimos para ser los primeros. Muchos estarían dispuestos a los mayores sacrificios con tal de ascender en la escala de la autopromoción. Pero no sería cuestión de humildad, sino estrategia para alcanzar la notoriedad y el protagonismo.
Jesús no nos ha dicho que seamos los últimos, que luchemos por serlo, si es que anhelamos ser los primeros. No nos está hablando en términos de causa y efecto. Lo que Jesús nos dice es que si somos los últimos, seremos los primeros.
La diferencia entre estos dos planteamientos no es lingüística sino existencial. No se trata de ser el último para ser primero, sino que si por servir a tus hermanos era el último, ya eres el primero, no tiene que esperar a llegar a serlo.
Entonces es cuando podemos gozar plenamente; cuando el servicio se convierte en suma dicha; cuando comprendemos que el trabajo para el sustento, el servicio al necesitado, y el culto a Dios, son ramas de un mismo tronco.
Quienes bregan por la posición de primacía tienen que vivir en la constante inquietud del provenir, defender su posición, desarrollar técnicas de lucha y construcción de parapetos, mientras que el servidor puede trabajar y descansar en la seguridad de que nadie le disputará su lugar de entrega.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.