Nº 1402– 24 de Abril de 2011

Publicado por CC Eben-Ezer en

Millones que han vivido nunca lo han sabido, y muchos que viven hoy lo desconocen: Somos nuestra historia.
Nuestro atroz individualismo no nos permite asumir semejante realidad.
Es más, la mayoría de quienes me han escuchado esta enseñanza –puede que tú también- se revelan, algunos fuertemente, contra semejante aseveración.
Pero es absolutamente indiscutible: Somos nuestra historia; y eso significa que somos pasado, presente y futuro.
He dicho que lo somos; no he dicho que lo tenemos. ¿Veis? El problema siempre radica en el sentido y el afán por tener, por poseer.
Y el pasado crece, y crece siempre, hasta convertirse en presente, en una diminuta fracción de tiempo, siempre camino del futuro; o dicho de otra manera: construyendo el futuro instante tras instante, con los retazos del pasado que nos persigue, que pretenden alcanzarnos.
Jesús nos ha dicho que de los niños, y de los semejantes a ellos, es el Reino de los Cielos. Y es que los niños no tienen pasado consciente, y por eso están más cerca de Dios.
Si el anciano quiere estar cerca de Dios, tendrá que aprender una de las lecciones más difíciles de la vida, y, al mismo tiempo, una de las más necesarias: Volverse niño… Nacer de nuevo… Reducir el pasado…
Paradójicamente, reducir el tiempo pasado para volver a él es ganar futuro, por cuanto todo cuanto tiene un viejo es pasado, mientras que el niño que no tiene pasado, todo lo que posee es futuro.
Por eso se nos dice que no hemos de creer que cualquier tiempo pasado fue mejor… Lo mejor está por venir.
Mucho amor y mucho futuro.
Joaquín Yebra, pastor.