Nº 1399– 3 de Abril de 2011

Publicado por CC Eben-Ezer en

Es triste que el hablar de nuestro espíritu en oración o alabanza al Señor, movidos por el Santo Espíritu de Dios, haya producido tanto revuelo en círculos donde el humanismo cristiano ha desplazado a la Iglesia nacida en Pentecostés… Es triste que se haya abusado tanto, -a veces miméticamente- de algo tan precioso como uno de los dones del Santo Consolador; el más humilde y último en la lista de ellos; el más distanciado de toda posibilidad de vincularlo con el orgullo humano, por no estar relacionado en absoluto con el estudio ni la erudición: Me refiero a los diversos géneros de lenguas.
Es triste que se sigan confundiendo los talentos naturales que Dios otorga a sus hijos e hijas, con los dones del Espíritu Santo; y que, al menos algunos, por “decreto” de quienes creen saberlo todo, hayan tenido según ellos que cesar, a pesar del testimonio de la historia de la Iglesia en general, y de los avivamientos en particular… Es triste que se mire con ojos de sospecha a los cristianos que no nos emocionamos solamente ante los ojos de un recién nacido, la puesta del sol, el susurro del bosque, la noche estrellada, el cant dels ocells, aunque no seamos catalanes, o Finlandia, de Sibelius, aunque no seamos fineses; sino que también nos emocionamos y mucho cuando alabamos a nuestro Señor, y le adoramos en Espíritu y en Verdad, y sentimos su presencia prometida, que no inventada por nosotros… Y damos gracias a Dios por habernos dotado de un sistema nervioso central, sin el cual la vida sería muy aburrida.
Pero, al mismo tiempo, creemos que todo hemos de hacerlo decentemente y con orden. Y no confundimos la alabanza al Señor en diversos géneros de lenguas, momentos en que no edificamos a nadie sino sólo a nuestro propio espíritu, con una palabra profética, sea en lengua desconocida o en idioma entendible, por lo que seguimos la instrucción apostólica de callar si falta interpretación… Es triste que en realidad el problema de fondo sea que en muchos círculos no se crea, sencillamente, en la profecía, sea en lengua conocida o en misterios, sino en la palabra del hombre, con el desprecio de toda la fenomenología del Espíritu, sin la cual no habría ni revelación bíblica, ni encarnación del Verbo, ni Iglesia de Jesucristo, ni conversión, ni santificación, ni Espíritu Santo, ni Jesucristo, Sumo Sacerdote del orden de Melquisedec, intercediendo por nosotros en el Santuario Celestial.
Sólo nos quedaría ser una ONG bienintencionada, dispuesta a recibir todas las aportaciones posibles del estado secular.
¡Qué triste! Mucho amor. Joaquín Yebra, pastor.