Nº 1397– 20 de Marzo de 2011

Publicado por CC Eben-Ezer en

Lo que realmente molestaba de Jesús de Nazaret no eran sus enseñanzas, ni sus milagros, sino una sola cosa que, tristemente, a menudo nos pasa inadvertida a muchos, cristianos y no cristianos: Jesús perdonaba y perdona.

Bajo todo tipo de pretextos, engaños, cortinas de humo, mentiras, falsedades y toda especie de mal, los enemigos de Jesús –los de entonces y los de hoy- casi todos ellos aparentemente muy religiosos, devotos y “decentes de toda la vida”, sólo había algo que no le podían perdonar al Maestro, y, naturalmente, era que el Señor perdonaba.

El mundo y su historia no son nada más que largas secuencias de actos de no-perdón. De ahí que los anales de la historia estén formados por guerras y derramamientos de sangre. Y cuando muere un dirigente del bando ganador, pasa a los libros de historia ocupando muchas páginas llenas de encomios y alabanzas; mientras que los del bando perdedor aparecen cubiertos de desprecios y condenas.

Además, los derramadores de sangre ganadores serán elevados a la dignidad de héroes nacionales, mientras que los vencidos serán tildados de criminales y asesinos. Eso es idéntico al negocio de la venta del dinero, que si lo realiza la banca es actividad lícita; y si  lo realizan los no autorizados por el poder establecido, entonces se llama “usura”, por cuanto legisladores y banqueros son pertenecientes a las mismas familias. Los políticos, no; sólo son oficinistas superpagados.

Jesús no condenó ni condena a nadie. Para eso están los religiosos. Jesús tiene su oficio, y ellos el suyo. Pero el perdón sólo procede del toque, de la mirada, de la palabra y del silencio de amor de Dios en Jesús. Cuando el Salvador se dirige a la mujer que ha sido hallada en el mismo acto de su pecado, le dice que Él tampoco la condena, y que se vaya y no peque más; es decir, que siga caminando sin repetir su pasado.

¿Cuándo vamos a aprender? Mucho amor, mucho perdón, mucho olvido del pasado.

Joaquín Yebra,  pastor.