Nº 1355– 30 de Mayo de 2010

Publicado por CC Eben-Ezer en

Todos somos tentados muchas veces. Y así seguirá ocurriendo hasta el día en que estemos con nuestro Señor en la plenitud de su Reino.

Pero el verdadero problema de la tentación no es la tentación en sí misma, sino, antes bien, vivir separados o distanciados de nuestro Señor.

De tal manera es esto así, que podemos afirmar que si caemos en la tentación de vivir ignorando la amistad de Jesucristo, caeremos entonces irremediablemente en todas las demás tentaciones.

Jesús de Nazaret fue tentado, pero nunca pecó. De eso ha de desprenderse que la tentación no es pecado. El pecado es ceder a la tentación.

El proceso de llegar a ceder ante la tentación comienza cuando permitimos que esa tentación permanezca en nosotros y llegue a anidar en nuestra mente hasta inundar nuestro corazón, es decir, nuestra conciencia.

Nuestro Señor ha prometido librar de la tentación a quienes viven piadosamente, es decir, a quienes no confiamos en nuestra propia justicia, sino en la del Señor. Dios no puede librar a quienes confían en sí mismos, dependen de sus propias fuerzas, se glorían de ello ante los demás, y son su propio “dios”.

“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.” (1ª Corintios 10:13; Isaías 59:19).

Ahora bien, ¿obtenemos el socorro frente a la tentación en el momento de ser tentados o antes de serlo?

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4:16).

Mucho amor.

Joaquín Yebra,  pastor.