Nº 1343– 7 de Marzo de 2010
Debemos enseñar a nuestros hijos a decir siempre la verdad. Y lo hacemos cuando cuidamos nuestras propias palabras.
La mentira produce siempre turbación. Por el contrario, la verdad es estable y estabilizadora.
La mentira atrapa, pero la verdad siempre es liberadora. Por eso nos ha dicho Jesús que conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres.
Al cuidar de nuestras palabras estamos enseñando a nuestros hijos a no cuchichear y murmurar ni difundir rumores maliciosos.
Si cuidamos nuestras propias palabras, estamos enseñando a nuestro hijos a confiar.
¿Qué nos escuchan decir nuestros hijos? Nuestras palabras afirman o quiebran, construyen o destruyen, elevan o aplastan?
No existen grados de honradez. Se es honrado o no se es honrado. Por eso es que la honradez afecta a la persona y a quienes están a su alrededor; y lo mismo puede afirmarse respecto a la falta de honradez.
Lo malo está mal aunque todo el mundo lo haga y llegue a ser algo socialmente aceptable. Y lo bueno está bien aunque nadie en nuestro entorno lo haga, y deje de estar de moda.
Enseñémosles a nuestros hijos a devolver las monedas o billetes de más que nos den en las vueltas, a añadir lo olvidado en las facturas.
Enseñemos a nuestros hijos que la verdad y la honradez son universales y eternas.
Pidámosle al Señor que las palabras de nuestra boca y los actos de nuestras manos sean siempre aceptables a Dios.
Pidámosle que nos dé de su gracia para que todo lo que digamos y hagamos aporte honra a nuestra vida y Él pueda gloriarse en nuestra manera de comportarnos.
Mucho amor.
Joaquín Yebra, pastor.