Nº 1342– 28 de Febrero de 2010

Publicado por CC Eben-Ezer en

En cada ser humano hay una chispa de la Divinidad, una imagen del Eterno.

En Cristo Jesús, el Verbo Encarnado, “estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres… Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre,  venía a este mundo.” (Juan 1:4, 9).

¿Estamos enseñando a nuestros hijos e hijas a honrar y respetar la singularidad de cada ser humano? ¿Estamos enseñando a nuestros descendientes que cada ser humano es un resplandor de esa luz verdadera? Sólo si hacemos eso llegarán a respetarse a sí mismos y a los demás.

Nuestros hijos nos observan. Así es como aprenden de su propia naturaleza. Tengamos cuidado, pues, con las etiquetas que les ponemos. Sólo sirven para menguar el espíritu humano.

Enseñémosles a celebrar y respetar el valor de todos y cada uno de los hombres y mujeres con quienes compartan el camino de la vida.

Cuando nuestros hijos nos ven dar y amar, les estamos enseñando a hacer la vida de los otros tan preciada como la propia.

El trato que demos a nuestros padres les enseñará a nuestros hijos a honrar a los ancianos.

En la inmensa mayoría de los casos, nuestros hijos serán como nos vean ser a nosotros.

El Espíritu Santo nos ayudará a hacer de nuestra casa un hogar sagrado, con lazos familiares cariñosos y fuertes.

También nos ayudará a ver el bien en todas las personas, y a estimar las vidas de los demás por encima de las cosas.

El Espíritu Santo está esperando que le permitamos bendecirnos, unirnos, alentarnos con la luz de su presencia y el amor que siempre está dispuesto a derramar en los corazones sedientos.

Mucho amor.

Joaquín Yebra,  pastor.